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Calle Chavango

La calle Chavango, hoy Las Heras, tenía su origen en el Hueco de Cabecitas, actual Plaza Vicente López, comienza a figurar en el plano de 1772 de Cristóbal Barrientos. Cruzaba Callao a poco de torcer esta su curso y seguía hacia el NO, hasta perderse en las proximidades de los terrenos de la familia Cueli, que el Restaurador de las Leyes les quito para poner sus polvorines y caballada.

Unas cuadras más allá de Callao, a la altura de la actual calle Pueyrredón, por 1775, se ubicaron los corrales del Norte, vulgarmente llamados Los Mataderos de la Recoleta.

La calzada, mala de por sí, empeoraba por el mucho tránsito de la hacienda y peonada, obligando a recorrer al tranco un trecho de camino que los viandantes hubieran querido hacer a la disparada, a causa de la pestilencia producido por los despojos de la reses faenadas.

El interior de los corrales, como es de suponer, ofrecía un aspecto de consonancia con su exterior.

Sobre un suelo siempre sucio  y lleno de baches chapaleaba una multitud de peones, carniceros y vagos pringosos que se cambiaban dicharachos y palabrotas.

Otros, entretanto, hacían gala de la habilidad en el manejo del pial y del lazo, o como jinetes, alardeando en corridas, apartes y pechadas, sin importárseles nada el estropeo y cansancio de la hacienda, con tal de alcanzar aplausos y acrecer su prestigio de "buen gaucho", ante un público siempre dispuesto a festejar una proeza o burlarse de un fracaso.

Por su parte, cada comprador, después de elegir la res de su agrado, la apartaba del conjunto, la enlazaba y sacaba de la plaza. Un peón volteaba al animal, lo degollaba y cuereaba, dejando las patas, cabeza, tripas y achuras a las negras, a quienes, por trabajar en ellas, se las llamaba "achuradoras".

Toda esa tarea, llena de color y fuerza, demostrativas de destreza, se realizaba en medio de gritos, corridas, nubes de polvo y salpicaduras de barro y sangre, revueltas las negras con los peones y los perros, mientras los chimangos y cuervos a corta distancia, esperaban que aquellos se alejaran, para bajar a recoger  su parte en la distribución general.

Naturalmente tal clientela atrajo un comercio en consonancia y en las vecindades de los mataderos pulularon los boliches, despachos de bebidas, lugar de reunión donde pasaban el tiempo al terminar las faenas, presenciando riñas de gallos o en juego de cartas, taba, etc.

No hay ni que decir que con frecuencia, esto requería la intervención de "la Partida" para poner orden y terminar con disputas y peleas que no pocas veces dejaban como saldo alguna "desgracia" y cuyo autor trataba de alejarse antes de la llegada de la autoridad.

Haciendo cruz más o menos, estaba la Quinta de don Juan Langdon, loteada algún tiempo después. A la altura de Billinghurst don Francisco del Ser levanto una gran casa sobre la barranca, rodeada de hermosos jardines.

Era sitio de veraneo para su familia, a donde se trasladaba, desde su casa de "la ciudad", situada en la calle San Martín, junto al Banco Provincia.

Al decir que Víctor Gálvez, aquella se hizo célebre por los hierros en forma de eses que adornaban la balustrada del balcón y que, picarescamente, se correlacionaba con las iniciales del dueño de casa.

Más tarde, pasó a ser propietario de Don Francisco Bollini y acabo como todas.

En época más moderna, pero cuando esa parte de la ciudad era casi la campaña, se alzó la Penitenciaria Nacional.

Se ignora el nombre de Chavango, que era tradicional y, posiblemente, se deba a alguno de los primeros habitantes del paraje.

Chavango desapareció de la nomenclatura catastral, cual otros nombres pintorescos, de origen ignorado, y paso al olvido, de donde solo lo saca algún plano viejo, o la curiosidad de los pocos tradicionalistas porteños.

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