CAPS TITLE
La historia del tango porteño mantiene dilatada persistencia en el Palermo de antes de siglo y esos años subsiguientes que hicieron de la canción ciudadana un ámbito propio donde llegó a cobijarse el alma nacional.
Es cierto que presumiblemente nació en los Corrales Viejos, en las pulperías del barrio sur de Buenos Aires, entre matarifes y cuchillos, pisos de tierra apisonada y lonas por techo; en tablillados para tres o cuatro músicos que tocaron ritmos viejos en melodías y compases nuevos. Pero también es verdad que el tango se transformó poco a poco, en esos años que van del 80 al Centenario, para continuar después –ya maduro y con pantalones largos- hasta ahora, hasta siempre. Y que su paso y estadía en Palermo le sirvió para ponerse a tono con la época, conquistar nuevos y entusiastas adeptos entre las clase menos popular y ser el trampolín que lo ayudara a caer en el Centro, afincarse en los bailes, cafés, academias y cabarets para luego volar desde allí a la conquista de Europa y del mundo.
Los viejos corrales de lo que después fue Patricios acunaron al tango naciente y llorador; era la puerta que le daba vía libre, entrada desde el campo. Llegaba con cierto aire de milonga, “tambo” y gente de trabajo rudo. Circulo por la ruta del tranvía a caballo hacia el compadrito; tomo aires de candombe al ritmo de los negros y mulatos; se hizo guapo en los Cuarteles. Y de puro guapo se metió en las “casas bien”, conquisto el Centro t la eternidad. Tuvo descendencia y primeros planos de popularidad. Pero persiste en el tiempo y el espacio. Y en muchos Y mucho se puede decir de su vida íntima, de cuando trepo la calle larga haciendo un largo respiro en la Recoleta y remontando hacia los Cuarteles se afinco en Palermo, allá por el 90 y pico. La Gran Aldea comenzaba a expandirse cuando, a raíz de la epidemia de la fiebre amarilla del año 1871, muchas familias buscaron tierras más altas y alejadas del foco maligno de la enfermedad. El camino hacia el alto llevaba por la Recoleta hacia los cuarteles, para el lado del Maldonado. En 1870 había comenzado a funcionar el “traguay” a caballo: Compañía de Tranways Gran Nacional”, que abrió camino hacia el norte por la calle “larga de la Recoleta”, hacia los Portones de Palermo y Belgrano.
Su itinerario iba abriendo picadas al tango. Las carpas donde se bailaba en Barracas, fueron multiplicándose y comenzaron a surgir otras allegadas a los centros más poblados: la Recoleta y los Cuarteles en este caso, a cuyos alrededores una población muy “sui-generis” daba nacimiento a los barrios: casas de militares, gente rica, soldadesca, la “negrada”, y los trabajadores, peones, y compadritos y al margen las quintas.
En el Bajo de la Batería llegó a hacerse famosa la carpa de un Sargento, Maciel de apelativo, donde negros y mulatos afirmaron nuevos ritmos a la naciente música arrabalera. Entonces comenzaron a surgir los salones, las glorietas veraniegas, nuevos cabarets, los piringundines y boliches, en cuyos tablados las pequeñas orquestas (violín, flauta, bombo y arpa) se hacían de fama y predicamento.
Hasta que llego el germano bandoneón, o “mandoneon” o “Mandoleon” y la inclusión de guitarra y piano.
Muchos cafés se hicieron famosos debidos a que en ellos se bailaba el nuevo ritmo que nacía en la ciudad, a filo del 900.
El Café de la Paloma, en Santa Fe frente a los Cuarteles, una “flor del arroyo” que dio más de un motivo para la canción porteña.
El Café “Atenas”, en Canning y Santa FE.
El café “Maratón” en Canning y Costa Rica.
La Pulpería “Sol de Mayo” en Los Portones
En otro estilo. La vida nocturna se llamó mucho tiempo el “Armenonville”: y lo de Hansen, tal vez, más recordado por estar en los versos de “Los muchachos de antes”, el clásico tango que ennobleció la voz de Carlos Gardel.
Era una glorieta con farolitos de colores, en Sarmiento y Figueroa Alcorta, donde se comía, bebía y bailaba; foco indiscutible de la vida nocturna
El sueco Hansen, Juan Hansen, abonaba por aquel entonces 24 pesos mensuales de alquiler por la casa que ocupaba: así figura en la relación de fondos cobrados por producido del Parque 3 de febrero, durante el año 1881, en el Boletín del Departamento Nacional de Agricultura, año 1883, Tomo VII, página 180 y ss. Fue demolida en el año 1912.
Muchachada bien y mujeres “alegres” eran sus habitués en aquellas noches de juergas que no siempre terminaban amigablemente. El tanto en la media luz proclive al desperezo sensual, hamaco sus inaugurales acordes, desde el trío del pibe Ponzio, el tano Pesce y el cieguito Aspiazú, con violín, flauta y guitarra, hasta el triunfo del conjunto de Firpo que crecía con sus tangos y su ritmo.
Entre los bailarines, también le tocó al barrio ser escenario del más famoso enfrentamiento: el del Pardo Santillán y El Cachafaz, Benito Bianquet, que llegó a lo de Hansen, desde el Abasto para competir con el crédito de la casa, El Picaflor del Norte, quien finalmente perdió, después de un largo y dramático encuentro donde la nueva danza porteña alcanzó épica resonancia.
El Cachafaz fue posiblemente quien más fama otorgó al tango como baile, al que paseo triunfalmente y por muchos años por el mundo.
Mientras tanto, otras casas no muy santas se extendían hacia el arroyo, con gente de la vida cuartelera en sus interiores iluminados por kerosene y las infaltables, imprescindibles muchachas atraídas por la “vida” no siempre fácil, pero alegre, apasionada y ruda al costado del hombre guapo, bailarín y decidor, jugador, y pendenciero.
La pulpería de Ambrosio, donde hoy es la Plaza Falucho; el almacén de Chichilo, en Guatemala entre Humbolt y Arroyo (hoy Avenida Juan B. Justo), despacho de bebidas donde las trifulcas estaban a la orden del día entre sus pintorescos contertulios; el nombrado La Paloma,, donde habían existido piletones para bebederos de animales que llegaban tirando los carros desde las quintas, casona blanqueada con cal, que se destacaba en la soledad como una paloma blanca y muchas salas más, cafés, bodegones, almacenes, donde el tango ganaba nuevos ambientes y adeptos.
Desde el Sur, la Isla Maciel, el Riachuelo, los Mataderos, la Vuelta de Rocha y sus hombres de trabajo, de puerto junto a sus muchachas de pelo renegrido y lacio perfumado al Agua Florida, el tango se estiraba en canción ciudadana a la conquista del Barrio Norte, Recoleta, Palermo, los Cuarteles, el Maldonado y más allá.
Entre nuestro Palermo finisecular acunó un nuevo tango. No solamente que se bailó en sus casas de vida alegre y noctámbula, sino que sus disimiles ambientes dieron fuerza creadora a esa música que comenzaba a meterse en el alma de las gentes. Mucha, muchísimas melodías brotaban de la inspiración de los músicos de orquesta que iban creciendo en prestigio ciudadano; infinitos temas surgían de hechos y sucedidos, del ambiente del barrio; muchos personajes están retratados en versos sencillos y canyenyes; muchas palabras del nuevo idioma tanguero se forjaron en la lengua extraña, en la temática de aquellos hombres y mujeres que vivieron en Palermo allá cercano al 1900.